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lunes, 10 de octubre de 2016

Ite Missa Est

10 DE OCTUBRE
SAN FRANCISCO DE BORJA, CONFESOR

Epístola – Eccli; XLV, 1-6
Evangelio – San Mateo; XIX, 27-29


El 30 de septiembre de 1572 Francisco de Borja, tercer General de la Compañía de Jesús, entregaba su alma a Dios con la serenidad confiada del hombre que siempre cumplió con su deber. Sus obligaciones habían sido muy diversas en su vida agitada. Biznieto de Alejandro VI, y sucesivamente elegante y diestro jinete, confidente del Emperador Carlos V, Virrey de Cataluña, jesuita, Vicario general de la Compañía en España, luego sucesor de San Ignacio, y por fin, legado de la Santa Sede; Francisco tuvo siempre empeño en servir antes que a nadie al Rey del cielo y militar bajo de su bandera, y no debajo de la de los poderosos de la tierra.

LA "CONVERSIÓN". — Del mundo, de sus placeres y de sus honores se formó pronto un juicio exacto. Estando todavía en la corte del Emperador, Francisco cayó enfermo y aprovechó sus ratos libres para leer, no novelas de caballería, sino los Evangelios, las Epístolas de San Pablo, libros ascéticos y vidas de Santos. Como Ignacio cuando estuvo herido, así se aprovechó él de sus lecturas y dió sus primeros pasos en la oración. La muerte de la Emperatriz Isabel, acaecí- da en 1539, le trajo una gracia de luz más clara sobre la vanidad de todas las cosas y desde entonces comenzó a "reformar" su vida, que era ya edificante por cierto, y a darse a la lectura a la oración y a la mortificación.

EL VIRREY DE CATALUÑA. — Dios que le quería todo para sí, le privó de su esposa el 27 de marzo de 1546. Y Francisco se sintió inclinado hacia la nueva Orden que tanto contribuía a la reforma de la Santa Iglesia. No le faltaron dificultades en el camino para impedirle seguir su plan: continuó administrando por algún tiempo el ducado que le estaba encomendado, con aquel tacto, desasimiento y solicitud por la justicia que siempre había mostrado en todas las cosas, sacrificándolo todo antes que dejar de cumplir lo que le decía su conciencia que era su obligación. Caritativo con los pequeños, los pobres y los enfermos y devoto de sus amigos, daba a sus hijos, además de los consejos de que habían menester, el más acabado ejemplo de vida cristiana y perfecta que ellos podían desear. Gomo sabía vivir según su condición de Grande de España, así brillaba en él más que ninguna otra cosa su virtud eminente. Se hacía temer de los señores revoltosos y sin escrúpulos, y, al contrario, a sus enemigos les concedía el perdón con generosidad. Rompiendo con las costumbres de su siglo, comulgaba todos los días, pasaba largas horas en oración y no consentía que los pasatiempos y juegos pudiesen ser en su casa una ocasión para ofender a Dios.

EL JESUÍTA. — Y mientras Carlos V estaba pensando llamar a la corte a este servidor insigne, Francisco, valiéndose de un privilegio que había solicitado San Ignacio, emitía su profesión solemne el 2 de febrero de 1548, aun antes de entrar en la Compañía de Jesús; sólo tres años más tarde le franquearon las puertas. Su vida entonces se hizo más recogida, más mortificada, hasta tal punto que San Ignacio tuvo que darle algunos consejos prudentes. Toda España se admiró de este cambio: Francisco no pensaba más que en ocultarse. Pero tenía que predicar y exteriorizarse y las muchedumbres acudían a él conmovidas por la unción de su palabra y más todavía por el brillo de su santidad.

GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. — Aunque hombre de acción,- Francisco tenía que ser sobre todo, hombre de oración. Nadie como él conservó tanta intensidad de vida interior entre las muchas y variadísimas ocupaciones. Su jornada se convertía para él en un día de oración, pero una oración continua, de forma que se veía Que su mirada y su corazón estaban fijos en Dios. Por su gusto habría llevado una vida enteramente contemplativa: Dios no quiso satisfacerle ese deseo y le puso al frente de la Compañía que tiene por fin promover su mayor gloria por el apostolado, la predicación y la enseñanza. Se dió el Santo a ello con celo, redactó e hizo publicar las reglas de la Compañía y i0s Ejercicios espirituales de su padre San Ignacio, remedió algunos pequeños abusos, consolidé la formación intelectual y espiritual de los religiosos jóvenes, envió misioneros por el mundo y puso muchos a disposición de San Carlos Borromeo y del Papa San Pío V. Habría deseado presentar la dimisión del cargo y marchar a países de misión con el fin de derramar su sangre por Cristo. No se realizó su sueño; pero al menos felicitaba con todo cariño a aquellos de sus hijos que sufrían por la fe en tierras lejanas, los consolaba con sus cartas y los ayudaba con su oración, y tuvo la gloria de contar entre sus hijos sesenta y seis mártires. Murió en Roma al regresar de una legación emprendida con el intento de formar una liga contra los turcos, siempre peligrosos para la cristiandad; su compatriota, la gran mística Teresa de Ávila, le proclamaba ya Santo.

VIDA. — Francisco nació el 28 de octubre de 1510. Su infancia y su juventud se deslizaron con tal piedad e inocencia, que fueron una lección para sus padres y sus amigos. Pero el ejemplo fué mayor aún por la vida cristiana y la austeridad que supo llevar en la corte de Carlos V, y luego como virrey de Cataluña. La muerte de la emperatriz y después la de su esposa, le demostraron la vanidad de este mundo; resolvió dejarjo y entró en la Compañía de Jesús en 1551 y fué muy pronto ordenado de sacerdote. Testigo de sus virtudes, no tardó San Ignacio en nombrarle su Vicario General en España y el 2 de julio de 1565 llegaba a ser el tercer General de la Compañía. Aumentó el número de sus casas y envió misioneros a Polonia, a Méjico, al Perú, a las Indias. Sus muchas tareas no le impedían dedicar largas horas a la oración, su caridad le hacía todo para todos, su humildad rebuscaba los más humildes empleos y sabía rehusar los honores que se le ofrecían. A la vuelta de una legación que el Papa le había confiado, murió en Roma, el 30 de septiembre de 1572. Los muchos milagros que obró, indicaron el crédito de que gozaba cerca de Dios, y Clemente XII le canonizó el 21 de junio de 1670, al mismo tiempo que á los santos Cayetano, Felipe Benicio, Luis Beltrán y Santa Rosa de Lima.


LA HUMILDAD.—"Señor mío Jesucristo, modelo de la humildad verdadera y su recompensa; tú, que hiciste al bienaventurado Francisco tu imitador glorioso en el desprecio de los honores de la tierra, haz que, imitándote como él, tengamos parte en tu gloria" E s la oración que la Iglesia dirige a Jesucristo con tus auspicios. Y sabe ella que el crédito de los santos, siempre grande cerca de Dios, lo es sobre todo Para obtener a sus devotos clientes la gracia de las virtudes que de un modo más especial practicaron. ¡Qué preciosa se presenta en ti esta prerrogativa, oh Francisco, ya que la ejerces en el campo de la virtud que atrae toda clase de gracias en este mundo y es prenda de toda grandeza en el cielo! Desde que el orgullo precipitó a Lucifer en los abismos y las humillaciones exaltaron al Hijo de Dios por encima de los cielos la humildad, dígase lo que se quiera en nuestros tiempos, no ha perdido nada de su inapreciable valor; continúa siendo el fundamento indispensable de todo edificio espiritual o social que aspira a la permanencia, la base sin la cual ninguna virtud, ni la caridad siquiera, podrían subsistir. Oh Francisco, consigúenos el ser humildes; descúbrenos la vanidad de los honores del mundo y de sus falsos placeres ¡Ojalá la Santa Compañía, cuyo valor para la Iglesia tú supiste, después de Ignacio, aumentar, conserve como algo muy querido éste espíritu, que fué el tuyo, con el fin dé crecer siempre en el aprecio del cielo y en el agradecimiento del mundo.

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