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miércoles, 31 de agosto de 2016

TRATADO DEL AMOR A DIOS - San Francisco de Sales

De algunos favores especiales hechos en la redención
de los hombres por la Divina Providencia
(continuación)


De esta manera, desvió Dios de su gloriosa madre toda cautividad y le concedió el goce de los dos estados de la naturaleza humana, porque poseyó la inocencia que el primer Adán había perdido y gozó en un grado eminente de la redención que el segundo Adán nos adquirió; por lo cual, como un jardín escogido, que había de producir el fruto de vida, floreció en toda suerte de perfecciones. Así fue como este Hijo del amor eterno atavió a su madre con vestidura de oro y recamada de hermosísimos matices, para que fuese la reina de su diestra, es decir, la primera, entre todos los elegidos, que había de gozar de las delicias de la diestra divina. Por lo cual esta sagrada madre, como reservada que estaba enteramente para su hijo, fue por él rescatada, no sólo de la condenación, sino también de todo peligro de la misma, asegurándole la gracia y la perfección de la gracia.

fue como la de una bella aurora, que, desde el momento en que despunta, va continuamente creciendo en claridad hasta llegar a. la plenitud del día. ¡Redención admirable, obra maestra del Redentor y la primera de todas las redenciones, por la cual el hijo de un corazón verdaderamente filial, previniendo a su madre con bendiciones de dulzura, la preserva, no sólo del pecado, como a los ángeles, sino también de todo peligro de pecado y de todas las desviaciones y retrasos en el ejercicio del amor. Así manifiesta que, entre todas las criaturas racionales que ha escogido, solamente su santa madre es su única paloma, su toda hermosa y perfecta, su amada, fuera de toda comparación.

Dispensó Dios también otros favores a un reducido número de criaturas que quiso poner fuera de todo peligro de condenación, lo cual podemos afirmar con certeza de San Juan Bautista, y muy probablemente del profeta Jeremías, y de algunos otros, a los cuales la divina Providencia fue a buscar en el vientre de sus madres, y allí mismo los confirmó en la perpetuidad de su gracia para que permaneciesen firmes en su amor aunque sujetos a la rémora de los pecados veniales, que son contraríes a la perfección del amor, más no al amor en sí mismo; y estas almas, comparadas con las otras, son como reinas que siempre llevan la corona de la caridad y ocupan el principal lugar en el amor del Salvador, después de su madre, que es la reina de las reinas; reina no sólo coronada de amor, sino también de la perfección del amor, y, lo que es más, coronada por su, propio hijo, que es el soberano objeto del amor, pues los hijos son la corona de sus padres y de sus madres.

Hay, además, otras almas a las cuales quiso Dios dejar expuestas por algún tiempo no a la peligro de perder la salvación, sino más bien al peligro de perder su amor, y, de hecho, permitió que lo perdiesen, y no les aseguró el amor por toda su vida, sino para el fin de la misma y para cierto tiempo precedente. Tales fueron David, los apóstoles, la Magdalena y muchos más, los cuales, durante algún tiempo, vivieron fuera del amor de Dios, pero después, una vez convertidos, fueron confirmados en la gracia hasta la muerte, de manera que, desde entonces, quejaron en verdad, sujetos a algunas imperfecciones pero permanecieron exentos de todo pecado mortal y, por consiguiente, del peligro de perder el divino amor, y fueron como los amantes sagrados de la celestial esposa, cubiertos con la vestidura nupcial de su santísimo amor, aunque no, por ello, coronados, porque la corona es un adorne: que corresponde a la cabeza, es decir a la parte principal de la persona. Ahora bien, como quiera que la primera parte de la vida de las almas de esta categoría ha estado sujeta al amor de las cosas terrenal, no pueden llevar la corona del amor celestial, sino que les basta llevar la vestidura, que la hace capaces del tálamo nupcial del divino esposo y de ser eternamente felices con Él.


Cuán admirable es la divina Providencia en la diversidad de gradas que distribuye entre los hombres.

Incomparable fue el favor que la eterna Providencia hizo a la Reina de las reinas, a la Madre del amar hermoso. También ha hecho favores muy singulares a otros hombres. Pero, aparte de esto, la soberana bondad derrama gracias y bendiciones en abundancia sobre todo el linaje humano y sobre la naturaleza angélica y todos han sido rociados de esta bondad como de una lluvia que cae sobre los buenos y los malos  todos han sido iluminados por la luz que ilumina a todo hombre que viene a, este mundo  todos han participado de esta semilla que cae no sólo sobre la tierra buena, sino también en medio de los caminos, entre las espinas y sobre las piedras ", para que nadie tenga excusa delante del Redentor, si no se aprovecha de esta redención superabundante para su salvación, y aunque esta suficiencia comodísima de gracias haya sido de esta manera derramada sobre toda la naturaleza humana, de suerte que, en esto, todos seamos iguales, y una rica abundancia de bendiciones nos haya sido a todos ofrecida, es, empero, tan grande la variedad de estos favores, que no se puede decir si es más admirable la grandeza de todo este conjunto de gracias en medio de una tan grande diversidad esta diversidad en medio de tanta grandeza. ¿Quién no ve que entre los cristianos, los medios de salvación son más grandes y más eficaces que entre los bárbaros, y que, entre los mismos cristianos, hay pueblos y ciudades cuyos pastores son más capaces y producen más fruto? Ahora bien negar que estos medios exteriores sean favores de la Providencia divina o poner en duda qué contribuyan a la salvación y a la perfección de las almas, sería una ingratitud con la celestial bondad, y equivaldría a desmentir la verdadera experiencia, que nos hace ver que allí donde estos medios exteriores abundan, los interiores son más eficaces y obtienen un éxito mayor.

Ciertamente, así como vemos que jamás se encuentran dos hombres perfectamente semejantes en los dones naturales, de la misma manera jamás se encuentran quienes sean del todo iguales en los sobrenaturales. Los ángeles., como lo aseguran San Agustín y Santo Tomás, recibieron la gracia, según la variedad de sus condiciones naturales,  Ahora bien, todos ellos o son específicamente diferentes o, a lo menos, de diversa condición, pues se distinguen los unos de los otros; luego, cuántos son los ángeles, otras tantas son también las gracias diferentes, y, si bien, en lo que atañe a los hombres, la gracia no les ha sido otorgada según las condiciones naturales de los mismos, con toda la divina dulzura, complaciéndose y, por así decirlo, regocijándose en la producción de las gracias, las ha diversificado, de infinitas maneras, para que de esta variedad surgiese el bello esmalte de su redención y de su misericordia. Por esto, la Iglesia canta en la fiesta de cada obispo confesor: Ninguno se halló semejante a él Y, como que en el cielo nadie sabe el nombre nuevo, sino tan solo, el que lo recibe porque cada uno de los bienaventurados tiene el suyo particular, según el nuevo ser de la gloria que adquiere, así en la tierra, cada uno recibe una gracia tan peculiar, que todas son diversas.


Así como una estrella es diferente de otra en claridad, también los hombres serán diferentes Ios unos de los otros en gloria; señal evidente de que lo habrán sido en gracia. Esta variedad en la gracia, produce una belleza y una armonía tan suave que regocija a toda la ciudad santa de la Jerusalén celestial.

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